EL INVITADO DEL DÍA DE ACCIÓN DE GRACIAS
Truman Capote, novelista (Otras voces, otros ámbitos’, Desayuno en Tiffa ny’s), dramaturgo (El arpa de pasto), autor de un best-seller mundial (A sangre fría), dice de su infancia: «Nací el 30 de septiembre de 1924, en New Orleáns. No me llamo Capote. El apellido de mi padre era Persons. Era viajante de comercio. Mi madre sólo tenía dieciséis años cuando se casó con él. Era bonita, muy bonita, ese tipo de belleza que vemos en los concursos de belleza infantil; más tarde se volvió muy sensible e inteligente. Tuvo un hijo y siguió a mi padre en sus viajes por el Sur. A los dieciocho años, decidió ir a la Universidad. Yo iba con ella, claro. Cuando hubo terminado los estudios y conseguido el divorcio, me mandó a vivir con unos parientes, en un rincón perdido de Alabama. Era una familia extraña: tres señoras viejas y un señor viejo. Eran las personas que habían adoptado a mi madre, que quedó sin padres muy pequeña. Viví hasta los diez años una vida muy solitaria. y fue entonces cuando empecé a interesarme por la literatura. Yo había leído siempre. En clase lo único que me gustaba era leer, porque la lectura me sacaba de mi infancia solitaria. Me puse a escribir a los ocho años. Escribí mi primer libro a los nueve… El segundo marido de mi madre era un hombre de negocios cubano; se llamaba Capote. Me adoptó y yo tomé su apellido.»
¡Hablemos del mal! Odd Henderson es el ser humano más malvado que he conocido. Y estoy hablando de un muchacho de doce años, no de un adulto que ha tenido tiempo para madurar una innata inclinación hacia el mal. Porque Odd tenía doce años en 1932 cuando ambos éramos alumnos de segundo grado y asistíamos a la escuela de un pueblecito de la Alabama rural. Era un muchacho alto para su edad, huesudo, de cabello rojo sucio y achinados ojos amarillos, que descollada entre todos sus condiscípulos; y era lógico que así fuese, pues todos los demás teníamos sólo siete u ocho años. Odd había suspendido el primer grado dos veces y repetía por primera vez segundo. Este lamentable record no se debía a torpeza —Odd era inteligente, quizás astuto sea una palabra más adecuada— sino a que se parecía al resto de los Henderson. Toda la familia (diez, sin contar a Pa Henderson que era contrabandista de alcohol y estaba casi sie mpre en la cárcel, hacinados en una casa de cuatro habitaciones, junto a una iglesia de negro) eran una cuadrilla de holgazanes y camorristas, todos dispuestos a jugarte una mala pasada; Odd no era el peor del grupo, y hermano, eso es decir algo. Muchos niños de la escuela procedían de familias más pobres que la de los Henderson; Odd tenía un par de zapatos, mientras otros niños, y niñas también, se veían forzaCompilado por Free-edit 2 dos a andar descalzos en el tiempo más crudo, tal era la dureza con que la Depresión se había cebado en Alabama. Pero nadie, que yo sepa, resultaba tan desarrapado como Odd: un espantajo flaco, pecoso, con un sudado mono de desecho que hubiera sido una humillación para un presidiario. De no haber sido tan odioso, se hubiera sentido piedad por él. Todos los niños le temían, no sólo nosotros los más pequeños, sino los muchachos de su misma edad e incluso mayores. Nadie buscó jamás pelea con él, excepto cierta ver una muchacha llamada Ann “Jumbo” Finchburg, que resultó ser la otra matona del pueblo. Jumbo, una piruja, bajita pero recia, con una técnica de mil diablos para retorcer muñecas, agarró a Odd por detrás durante el recreo en una gris mañana, y a tres profesores, que debían desear que los combatientes se mataran, les llevó un buen rato separarles. El resultado fue una especie de empate: Jumbo perdió un diente y la mitad de su cabello y adquirió una nube gris en el ojo izquierdo (nunca pudo volver a ver bien); los infortunios dedo incluían un pulgar roto, más cicatrices de arañazos que le acompañarán hasta la tumba. En los meses siguientes Odd ensayó todo tipo de tretas para coger a Jumbo desprevenida y conseguir la revancha; pero jumbo había preparado sus golpes y le llevaba considerable ventaja. Como yo hubiera hecho si él me hubiera dejado; pues, ay, yo era objeto de las constantes atenciones de Odd. Seguir leyendo