Gustavo Faverón Patriau Soy crítico y profesor de literatura en Bowdoin College. Hice mi doctorado en Cornell University. He sido profesor en Stanford University y Middlebury College. Soy autor del libro «Rebeldes» (Madrid: Tecnos, 2006),
¿Cómo describir al narrador de «Emma Zunz«, el célebre cuento de Jorge Luis Borges? Si uno le da una mirada rápida al relato, la primera impresión es que se trata de un clásico narrador omnisciente, capaz de ingresar incluso en la conciencia de la protagonista y transformar sus sensaciones, deseos y desvaríos en un discurso finamente articulado.
Leyendo con más cuidado, se descubre que son no pocos los pasajes en que el narrador apenas acierta a conjeturar acerca de los hechos del relato, y a proponer hipótesis sobre las ideas y pensamientos de Emma. En algún momento se declara casi incapaz de penetrar el tejido mental del personaje, impotente ante la tarea de narrar la historia. Seguir leyendo
“Emma Zunz”, de Jorge Luis Borges[1], es en apariencia un cuento “realista” o “directo” (ambos términos fueron usados por el mismo Borges en el prólogo a El informe de Brodie), si lo comparamos con la mayoría de relatos del libro al cual pertenece, El Aleph. Borges así lo confiesa en el epílogo de este libro: “Fuera de “Emma Zunz” (…) y de la “Historia del guerrero y de la cautiva” (…), las piezas de este libro corresponden al género fantástico”[2]. Sin embargo, encontramos en el cuento algunos elementos narrativos que le confieren una atmósfera de irrealidad, un carácter hasta cierto punto fantástico a la historia de venganza que se relata. El mismo narrador lo expresa de este modo: “Referir con alguna realidad los hechos de esa tarde sería difícil y quizá improcedente. Un atributo de lo infernal es la irrealidad, un atributo que parece mitigar sus terrores y que los agrava tal vez. ¿Cómo hacer verosímil una acción en la que casi no creyó quien la ejecutaba, cómo recuperar ese breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz repudia y confunde?”. La tarde en cuestión es aquella en la que Emma Zunz venga el suicidio de su padre asesinando a aquel que lo indujo al destierro, Aarón Loewenthal. Ella referirá luego a las autoridades que Loewenthal la violó y que por eso lo mató, y para que su justificación parezca verosímil se acuesta esa misma tarde, antes del asesinato y haciéndose pasar por prostituta, con un marinero desconocido. Seguir leyendo
El catorce de enero de 1922, Emma Zunz, al volver de la fábrica de tejidos Tarbuch y Loewenthal, halló en el fondo del zaguánuna carta, fechada en el Brasil, por la que supo que su padre había muerto. La engañaron, a primera vista, el sello y el sobre; luego, la inquietó la letra desconocida. Nueve diez líneas borroneadas querían colmar la hoja; Emma leyó que el señor Maier había ingerido por error una fuerte dosis de veronal y había fallecido el tres del corriente en el hospital de Bagé. Un compañero de pensión de su padre firmaba la noticia, un tal Feino Fain, de Río Grande, que no podía saber que se dirigía a la hija del muerto. Seguir leyendo