Agustina vivía en una terraza de baldosas coloradas y paredes grises. A la vuelta del jazmín, entre los ladrillos, estaba su hormiguero.
Todas las mañanas, un tren negro de hormigas salía de la pared, rapidito, rapidito. Y todas las tardes un tren negro de hormigas cargadas de hojas, volvía a la pared, despacito, despacito. Todos los días igual, todos los días caminando.
Cuando había mucho sol, las baldosas coloradas quemaban las patitas. Todos los días igual, cuando iban caminando.
Tenían que dar largas vueltas buscando la sombra de las plantas, o el bordecito de la pared. Y se cansaban mucho, todos los días igual, de tanto caminar.
Cortaban hojitas y las repartían, se las ponían al hombro y volvían al hormiguero. Todos los días igual, muy cargadas. Todos los días caminando, muy despacio. Seguir leyendo