¿QUIÉN HA DE ASCENDER A LA COLINA DEL SEÑOR? AMOS ZOS

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En el que se dan por concluidas las negociaciones, se firma un contrato y se discute buena cantidad de planes, así como se habla de lejanas tierras en las que el hombre blanco no ha puesto el pie.

En la penúltima casa de la calle Sofonías vivía mi amigo, Aldo Castelnuovo, cuyo padre era famoso por los trucos que sabía hacer con tren-del-fin-del-mundonaipes y fósforos; además, tenía en propiedad una agencia de viajes, El Orient Express. Yo sabía que, de todas las personas del mundo, Aldo tenía que ver mi bicicleta. Era lo único que sus padres no le habían comprado, pues le habían regalado ya casi todo lo demás. No le dejaban andar en bicicleta por los diversos peligros que lleva consigo y, en concreto, porque podía entorpecer el progreso que Aldo llevaba hecho en el violín. Por esta razón le pegué un silbido, furtivamente, desde fuera de su casa. Cuando apareció, Aldo se hizo cargo de la situación al momento, se las arregló para pasar la bici de contrabando, sin que nadie se diera cuenta, y la guardamos en el cobertizo del jardín sin que su madre recelara. Seguir leyendo