EL NOMBRE DEL PADRE DE JORGE VOLPI

El nombre del padre
por Jorge Volpi

En este fragmento de la novela El fin de la locura (segunda parte de «La trilogía del siglo XX» y que será publicada por Seix Barral en el mes de abril), Jorge Volpi juega con la idea de un Fidel Castro en psicoanálisis, invirtiendo los papeles de analizador y analizado.
Para Guillermo Cabrera Infante y Miriam Gómez

Marx y Freud estarían próximos uno del otro por el materialismo y la dialéctica,
con esa extraña ventaja de Freud de haber explorado figuras de la dialéctica,
muy próximas a las de Marx, pero quizás también más ricas que ellas,
y como previstas por la propia teoría de Marx.
— Louis Althusser

—¡Acuéstese!
Me escabullí de sus ojos, parapetado en un silencio casi estúpido, con el mismo pavor de Odiseo ante la mirada unívoca del cíclope. ¿Cómo me había atrevido a formularle una petición tan humillante? Resultaba absurdo imaginar su ancho volumen extendido sobre cuatro sillas penosamente alineadas como si fuese una dama de sociedad tomando un baño de luz eléctrica. (Según sus ayudantes, había sido imposible encontrar un diván de su tamaño en las mueblerías de la zona.) Y, para colmo, yo había insistido en sentarme a su vera, como si quisiera aprovecharme de esa ventaja táctica, con el orgullo de un naturalista que observa el comportamiento de una rara especie de lagarto. La sola propuesta constituía un ultraje: un gigante indefenso sólo puede aspirar a la ternura o al escarnio.
Le bastó un ademán para demostrarme que yo había sobrestimado mi función: él no era un hombre como cualquier otro, sino un héroe, un ser que oscila entre lo humano y lo divino —y conserva algo de monstruoso—, y por tanto yo, un simple mortal (y para colmo mexicano), cometía un sacrilegio al tratarlo con la suficiencia de los médicos que exhiben la debilidad de sus pacientes. Cubriéndome con su sombra imperturbable, me redujo a la condición de bestia mientras él se asumía como potencia natural; yo apenas distinguía sus rasgos, pero me bastó atisbar el resplandor de su barba para reconocer la magnitud de su desprecio. Recortado a contraluz, parecía un profeta enfrentado, en la morosidad del trópico, a mi inicua falta de fe. Seguir leyendo